La gran expansión en tiempos de pandemia
Por Mariano Jabonero Blanco | Francesc Pedró
El cierre de universidades y centros educativos plantea un auténtico desafío para los sistemas educativos iberoamericanos, que tienen que garantizar que más de 177 millones de alumnos puedan seguir su formación desde casa. Incluidos los 30 millones de estudiantes universitarios y casi un millón y medio de profesores a quienes, de un día para otro, se les ha urgido a pasar a la modalidad de enseñanza a distancia. En estos días, la prioridad de organismos como los nuestros, el Instituto Internacional para la Educación Superior en América Latina y el Caribe (UNESCO-IESALC) y la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), ha sido apoyar los esfuerzos que están llevando a cabo los Gobiernos y universidades de la región para atender de la mejor manera posible esta crisis educativa que puede tener efectos perjudiciales en el corto y largo plazo, si no se adoptan las medidas oportunas. Precisamente este ha sido otro de nuestros cometidos fundamentales en estos primeros compases de la epidemia, recopilar evidencia sobre cuál puede ser el impacto del cierre de las instituciones educativas en nuestros estudiantes y docentes, y proponer en base a ello propuestas que ayuden a mitigar sus consecuencias.
Transcurrido este periodo de emergencia, llega el momento de la reflexión y de prepararnos para el nuevo mundo que nos vamos a encontrar cuando concluya el aislamiento que, con mejor o peor ánimo, padecemos. A estas alturas todos somos conscientes de que no vamos a recuperar la misma cotidianidad que hemos tenido que suspender para frenar el avance de los contagios. No nos referimos solo a que ciertos hábitos sociales van a ser sustituidos por otros. Hablamos de profundos cambios en el modo de relacionarnos a nivel personal, de trabajar, de estudiar, de consumir, de disfrutar de nuestro ocio y de los espacios públicos o de viajar.
Desde hace tiempo intelectuales y académicos nos advertían de que la inestabilidad política, social y económica que vivíamos a escala global anunciaba un cambio de época. Probablemente los libros de Historia marcarán como fecha de inicio de esta nueva época el 11 de marzo de 2020, el día en el que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia internacional por la covid-19. Es muy difícil saber con qué nombre será conocida por las siguientes generaciones, pero para quienes somos testigos de su nacimiento esta es la era de la incertidumbre.
Nunca hasta ahora había habido tantas incógnitas ante lo que el futuro inmediato (mañana, la próxima semana, dentro de un mes) nos va a deparar. El vocabulario bélico se ha impuesto a la hora de describir las extrañas circunstancias que estamos viviendo, pero el paralelismo no es acertado en muchos aspectos, y tampoco resulta útil a la hora de aventurar el día de mañana. Porque incluso después de los conflictos más devastadores, como pudo ser la Segunda Guerra Mundial, había clara una estrategia de “reconstrucción”, de recuperar la situación previa al estallido de violencia, que en el caso actual no es posible.
Si lo llevamos al terreno de la educación superior, las universidades tuvieron serias dificultades de todo tipo, sobre todo materiales, para reanudar su actividad académica después de 1945, pero esta fue esencialmente la misma que en 1939. Hasta la fecha, las universidades no han cesado su labor docente y menos aún la investigadora, pero están llevando a cabo la misma por medio de una serie de herramientas tecnológicas que sí implican cambios profundos en cuanto a metodología, actividades formativas, relación con el alumnado, etcétera. Es muy difícil imaginar que docentes y estudiantes van a volver a interactuar en clases, laboratorios o prácticas de empresa, del mismo modo cuando se vuelvan a abrir las puertas de nuestras universidades.
A pesar de que la matrícula de la educación no presencial en Iberoamérica ha crecido un 73% desde 2010, se trata de una opción poco consolidada en la región. Brasil es el país con mayor participación de la modalidad a distancia en la matrícula universitaria, con un 21%. Una cifra que contrasta con el 4,7% de Argentina o el 2,4% de Chile. Por tanto, son muchas las universidades que están ahora descubriendo las posibilidades que les ofrece esta modalidad de enseñanza. Inevitablemente van a hacer en el futuro un uso más intensivo de la misma y de las nuevas tecnologías, aunque sea sólo por amortizar el enorme esfuerzo de adaptación que están haciendo. Iberoamérica registra el mayor crecimiento a nivel global de estudiantes universitarios y, junto a ello, como se ha descrito de educación virtual.
Las instituciones de educación superior son las más preparadas para afrontar este desafío y, en general, esta nueva etapa que se abre porque tienen una cierta experiencia en la gestión de la incertidumbre. La academia, como hemos señalado anteriormente, venía advirtiendo que no estábamos simplemente ante una época de cambios, sino que estos eran tan disruptivos y de tal calado que estaban propiciando un auténtico cambio de época, el cual está cristalizando en estas semanas de confinamiento. El sector productivo, con su constante demanda de innovación, ha sido uno de los grandes promotores de todos estos cambios y el causante de que la educación superior, tanto la universitaria como la técnica, lleve tiempo sumida en una notable incertidumbre, sin saber muy bien cuáles debían ser las competencias profesionales y académicas que debe contribuir a desarrollar.
La industria 4.0, la robotización o automatización de los procesos productivos, o la creciente presencia de la inteligencia artificial, tampoco nos lo han puesto fácil a organismos como los que representamos, que tenemos entre nuestras funciones fundamentales realizar previsiones y trasladar propuestas educativas útiles para los gobiernos y para las instituciones educativas de nuestra región.
Nos gustaría poder decir que en el desempeño de nuestro cometido en un contexto con tantos interrogantes hemos descubierto una fórmula taumatúrgica capaz de guiar con éxito nuestros pasos en la oscuridad que se nos avecina. Lamentablemente no es así, pero sí que tenemos certeza de qué instrumentos y estrategias son especialmente útiles para no errar el camino.
El primero ya nos lo anunciaban nuestros antepasados con el mito de Prometeo: es el fuego de la razón, del conocimiento. Tenemos que confiar más que nunca en la investigación y en la generación de conocimiento. Avanzar a partir de hechos y evidencias, que nos vayan señalando cuál es el mejor camino. Es cierto que circunstancias tan extraordinarias como las actuales, que rompen cualquier serie de datos o dejan sin sentido cualquier prospección previa, pueden cegar la vía que estábamos siguiendo, pero al menos sabemos exactamente dónde estamos y así podemos encontrar más rápidamente otro trayecto alternativo.
Una de las consecuencias positivas de esta pandemia es la gran atención mediática que están recibiendo nuestros científicos, una profesión tan reconocida como desconocida en nuestra región. Las instituciones científicas gozan de una reputación elevada en América Latina, pero la mayoría de los latinoamericanos no puede mencionar el nombre de ninguna institución de I+D local. Los porcentajes más altos los encontramos en Uruguay, Costa Rica, Argentina y Colombia, donde entre un tercio y un cuarto de la población conoce algún centro de investigación.
En los próximos meses vamos a seguir muy pendientes de su trabajo, en la búsqueda de una vacuna y un tratamiento contra la covid-19. Esperamos que esto contribuya a, al menos, mantener el apoyo inversor a su labor, tanto público como privado, pese al contexto económico tan adverso que se avecina. El Banco Mundial anunciaba hace unos días que Iberoamérica concluirá 2020 con una contracción del 4,6% del PIB, previsión que mucho nos tememos que sea aún peor. Sería conveniente recordar entonces que los países iberoamericanos destinamos el 0,78% de nuestro Producto Interior Bruto a I+D, frente al 2,34% de los países de la OCDE y el 1,93% de la Unión Europea. Y que tomemos conciencia de que esas cifras condicionan nuestra salida de la crisis e, incluso, que representan un serio riesgo para la salud pública.
Para concluir, nos gustaría destacar también la importancia de buscar buenos compañeros de viaje cuando uno tiene la intención de aventurarse en lo desconocido y de forjar alianzas internacionales. De sumar esfuerzos, recursos, capacidades e inteligencias, para incrementar las posibilidades de éxito de la expedición. Es el camino también que nos señala la Agenda 2030 en su ODS número 17, que nos anima a construir alianzas estratégicas entre quienes compartimos una misma misión y aspiramos a alcanzar metas parecidas. Así lo hicimos el pasado mes de febrero la OEI y UNESCO-IESALC, cuando firmamos en La Habana un convenio de colaboración que oficializó la relación de cooperación que desde hace tiempo veníamos desarrollando. Entonces no podíamos imaginar que el panorama de la educación superior, cuyo análisis detallado es uno de los primeros proyectos en común que hemos abordado, se fuera a complicar tanto apenas unas semanas después.
Todo ello no ha hecho sino reafirmar nuestro compromiso de colaborar para reforzar los sistemas científicos y tecnológicos de los países de la región; para lograr egresados cualificados listos para incorporarse al mundo productivo y para ofrecer a más trabajadores la posibilidad de formarse a lo largo de la vida. Y hacerlo, además, sobre la base de un trabajo riguroso y bien fundamentado, que nos ofrezca la mayor certitud posible ahora que tanta falta nos hace.
Francesc Pedró es director del Instituto Internacional para la Educación Superior en América Latina y el Caribe (UNESCO-IESALC); Mariano Jabonero es secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI).
Artículo publicado en El País el 5 de mayo de 2020.
Imagen cortesía de Pixabay.
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